ESPECIAL
DE GEOTERAPIA

La Geoterapia en la
Historia
De la unión de la tierra y el agua nació la gente.
Somos seres de barro, seres de arcilla.
Somos la gente verdadera.
Mitología Emberá
Al igual
que los animales, desde el principio de los tiempos, el ser humano volvió su
mirada a la Tierra para buscar abrigo, salud y medios para subsistir.
Por eso, aún hoy, se acostumbra llamarla Madre Tierra o, tal vez sea al
contrario y, por ser nuestra madre buscamos en ella diferentes recursos.
A lo largo de nuestra
historia, se le han hecho diversos elogios a la Tierra donde se ha insistido en
la relación de dependencia que la humanidad ha guardado siempre con ella.
Diferentes culturas la han interpretado como nuestra fuente originaria. Así,
muchas tradiciones sostienen que los dioses crearon al hombre con barro; lo hace
la tradición cristiana, lo hacen muchos pueblos indígenas de Latinoamérica,
lo hacían los griegos y lo hacían los hindúes.
De esta explicación
mítica en torno a la relación humano/tierra probablemente se derive la idea de
que la tierra es sana, pero esta idea con el tiempo ha sido corroborada y hoy
los científicos afirman que la tierra es un laboratorio natural, donde la vida
se formó, y donde se encuentran la mayoría de los nutrientes fundamentales.
Lo antiguos egipcios
sabían esto. No por casualidad utilizaban la arcilla en sus embalzamientos,
aparte de utilizarla contra las inflamaciones, y de aplicar los fangos calientes del Nilo para tratar deformaciones reumáticas.
Esto está registrado en los textos antiguos. Se sabe además, que Cleopatra
usaba la arcilla del fondo del Mar Negro con propósitos estéticos, y
complementaba sus baños de leche de burra con este material natural, para que
su piel luciera bella y saludable.
De la misma manera,
los chinos conocían las bondades de este milagroso elemento, y lo usaban en
forma de cataplasmas para aliviar las inflamaciones, así como los indígenas
latinoamericanos quienes lo han utilizado y para tratar las afecciones reumáticas.
Los griegos también
le dieron importancia a las arcillas. Empédocles (490-430 a.C.) la recomendaba
regularmente para diversos tratamientos, así como Hipócrates (460-337 a.C.) o
Galeno (siglo II de nuestra era). Por su parte, los romanos no fueron la excepción y, de hecho, Plinio el Viejo (23-79 d.C.) se refiere a sus virtudes en
el texto La historia natural. El ejército del emperador Nerón (37-68
d.C.) también era partidario de usar barro como remedio, y lo utilizaban en
forma de cicatrizante en ampollas, quemaduras e incluso contra mordeduras de serpientes venenosas.
Su médico principal Doiscórides era quien fomentaba su utilización.
Asimismo, en Persia
conocían los usos medicinales y terapeúticos de la arcilla. Uno de sus grandes
impulsores fue Avicena (980-1037 d.C.), el conocido médico que legó sus
monumentales conocimientos a la medicina grecolatina y gracias a quien ésta
pudo desarrollarse tanto.
Luego, cuando la
ciencia adquiere preponderancia y se desarrolla la química, la naturaleza dejó
de ser el centro de atención en los estudios e incluso, se convirtió en saber
mágico censurado por la Iglesia. Sin embargo, el gran alquimista Paracelso
(1493-1541)
mostró -en
varios de sus tratados de medicina natural- interés por este material,
guardián del secreto de la vida, y anotó muchos de sus increíbles beneficios.
De igual forma, en el
siglo XIX, el abat Sebastián Kneip retoma la arcilla como material terapéutico
para curar la fiebre aftosa en caballos. A partir de ahí, continuó
empleándola también para sanar humanos. Sus prácticas encontraron fieles
seguidores como Luis Khüne y Adolfo Just, en Alemania o Dextreit, en Francia;
todos fueron víctimas de persecuciones y desprestigios.
Ya a principios del
siglo XX, Julious Stumpf en Alemania y el Mahatma Gandhi (1869 - 1948) en la
India -por ejemplo- también insistieron en los prodigios del barro y la
arcilla. Así, sin importar qué tan cientificista fuera la época, la arcilla
siempre ha tenido sus seguidores y defensores entre los médicos y sanadores más
prestigiosos, tal vez porque el vínculo entre nosotros y el mundo natural es
imposible de romper.
Ahora, en los albores
del nuevo milenio, la corriente naturista toma cada vez más fuerza, y la fe en
esa convinación de agua y tierra que no sólo nos cura, sino que además nos
mantiene jóvenes, hermosos y nos pone en contacto con la naturaleza, está para
quedarse. Al fin y al cabo, de ella provenimos y a ella regresamos.
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