NOVELA:
La Vida en Rosa
LA
DIVINA TRAGEDIA
CapÃtulo 7
Cuando entró la madre superiora con aquel muchacho, a las niñas se les fue
el habla. Era alto, bien parecido y muy varonil, siempre lo rodeaba un olor
etÃlico, ya sea por la fuerte colonia que lo acompañaba o por los tragos de
whisky de una malta que dijera con frecuencia, desde hacÃa muchos años. El
olor de su colonia impregnó el salón. Mirta sintió que su cabeza dabas
vueltas y Maricarmen seguÃa viendo el rosal del jardÃn, pensaba y pensaba en
su jardinero y en el pequeño rododentro que él habÃa sembrado para ella. Estaba pequeño pero ya no iba a florecer, ella lo iba a arrancar en
el momento en que la monja jardinera se descuidara. TodavÃa no entendÃa cómo
alguien podÃa mentir de una manera tan cÃnica. Ni tan siquiera notó al
doctorcito que embebido no quitaba los ojos de sus piernas. La Madre Superiora
ni cuenta se dio, y las niñas estaban asombradas de ver el estado hipnótico en
que habÃa incurrido el galeno. Mirta se dio cuenta de lo que estaba sucediendo
y supo en ese momento que se estaba firmando la declaración de guerra.
La madre superiora pidó que salieran del salón para
comenzar la vacunación, unas estaban tensas por la inyección, otras por el
doctor y Maricarmen actuaba como autómata, ya nada le importaba, todo le daba igual.
Como el doctorcito no habÃa traÃdo ayudantes, pues se habÃa escapado con una dotación
pequeña de jeringas y muchas dosis de la vacuna, el proceso iba a
durar mucho.
Como el destino siempre juega con los
sentimientos de la gente,
Maricarmen se coló de última en la fila, con el desinterés más grande y sin
haber notado la presencia del profesional. Éste al ver lo sucedido, le entró una
corta angustia. Deseaba terminar y llegar hasta la última para poder tocar esa
linda piel.
Como se debe esperar, Mirta fue la primera, no dejaba de
sonreÃrle y él no tan tonto como para no darse cuenta que le estaban haciendo
una proposición, un regalo y ¿quién podrÃa despreciar
un regalo tierno y fresco?, le pidió el teléfono y ella, ni lerda ni
perezosa se lo dio.
Cuando llegó a la niña cantora sintió un manantial de
agua fresca que le bajaba por su piel, llegó al oasis del
desierto de su vida, tomó su brazó y emanaba ese dulce olor que sólo el
percibÃa... No podÃa creerlo, dejó caer las jeringas y tuvo que repetir el
proceso un par de veces hasta concentrarse y terminar. Trató de hablarle varias
veces pero la voz no le salió, se le quedó indecisa en la garganta y después
a la salida del instituto se daba golpes en su frente por no haber podido romper
ese silencio, todo ese dÃa pasó sin habla, no podÃa borrar de su memoria los
inmensos ojos azules que nunca lo vieron, que nunca notaron su presencia. Ya en
la noche, no le quedó más que ahogar sus penas en los brazos de su whisky y de unas
mujerzuelas.
Continuará...
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