NOVELA:
La Vida en Rosa
LA
DIVINA TRAGEDIA
CapÃtulo 2
Francisca, la nana, habÃa llegado
hacÃa como 50 años a trabajar con la familia, habÃa visto crecer a
Consuelo
en la vetusta y noble casa que albergara, por siglos, a los
comerciantes judeoespañoles que eran sus antepasados; ella se habÃa
quedado hasta el fin de los tiempos con la familia Dubois Córdoba para atender
todos los asuntos que la maternidad fÃsica no podÃa cubrir. Actualmente, estaba en un
dilema porque amaba cuando la niña entonaba fragmentos de AÃda de Verdi si se
sentÃa sola, y Maricarmen querÃa participar en un concurso de canto; por otro
lado, ella
sabÃa que Don Jean Dubois odiaba la farándula, pues su madre lo habÃa
abandonado por correr tras un escenario.
Cierto dÃa, hubo un festival intercolegial en el que
las niñas iban a demostrar sus habilidades para ejecutar un instrumento,
practicar un deporte o hacer una variedad. Maricarmen no habÃa podido digerir las
palabras de su querida amiga, ella no acababa de entender por qué le sonaban
como una amenaza. Iba caminando por el pasillo, estaba lloviendo e iba en dirección
al salón de actos, cuando de repente, debajo de un descampado, cerca del gimnasio, los vio a los dos, a su jardinero y a su amiga,
besándose locamente. Lo
que ella no sabÃa era que Mirta habÃa preparado todo para que la escena fuera
obvia. Ella salió corriendo, las niñas la veÃan dejar caer las lágrimas
mientras corrÃa; como nunca se le habÃa visto llorar, ni aun el dÃa en que
murió su abuela. A todos llamó la atención verla entrar con los ojos sangrantes de lágrimas
al teatro, y cuando todas le preguntaron sobre lo que le pasaba, ella sólo dejó salir un
lamento tan amargo y profundo. Poco después, en el escenario ella comenzó a cantar
con un grito contenido en la garganta:
-Sufrir me tocó a mÃ,
en esta vida
llorar es mi destino hasta el morir,
no importa que la gente me critique,
si asà lo quiere Dios,
yo tengo que sufrir.
La multitud reventó de alegrÃa al escuchar la tonada que emanaba de una boca
llena de dolor, en ese momento pensó que todo el mundo era más feliz que ella. Las
luces del escenario hacÃan brillar sus lágrimas y ella sentÃa que un cólico
se le trababa en la garganta y eran las ganas de gritar.
Al llegar a su casa, doña Consuelo estaba en la puerta de su
casa con la cara totalmente pálida y frÃa, no sabÃa qué hacer y tenÃa
muestras de haber llorado; por esas complicidades que guardan las mujeres entre
sÃ, doña Chelo le habÃa ocultado Monsieur Jean que su niña iba a cantar en el
festival. Ella lo conocÃa muy bien y sabÃa que era capaz de cualquier cosa
cuando alguien osaba contradecirlo, y cuando una tÃmida vocecita lo
llamó para avisarle que Maricarmen estaba debutando en ese preciso momento en
el mundo de las mujerzuelas y los drogadictos, llena de maquillaje y vestida
hermosamente con un traje de lentejuelas doradas, montó en una cólera tal que
quebró la sospechosa copa de whisky que tenÃa en la mano, salió corriendo,
encendió el carro y salió.
Doña Chelo tomó a su niña entre los brazos y temÃa
lo peor, la llevó a la cocina y le contó lo sucedido, Maricarmen sintió un
inmenso poso lleno de frustración en su pecho... De repente sonó el teléfono,
doña Chelo lo tomó, guardó silencio y lo dejó caer como las
campanas de luto que habrÃan de sonar pronto en la cercana iglesia, Jean no
vio el culpable hoyo en el asfalto que hizo volcarse el automóvil, estaba grave
en el hospital, un trauma en la columna vertebral le iba a impedir sonreÃr
para siempre.
Continuará...
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