NOVELA:
La Vida en Rosa
LA
DIVINA TRAGEDIA
CapÃtulo 1
MariCarmen habÃa sido uno de esos raros casos de personas con suerte: su
padre -reconocido empresario y dueño de una cadena de almacenes- era una hombre
que desde joven habÃa amasado una gran riqueza, su madre habÃa sido durante
muchos años una maestra rural, hasta que forzosamente se retiró el dÃa en que
MariCarmen vino al mundo. Unos años después, nació su hermano menor
Sebastián, joven problemático y solitario cuyas dotes de semiautista y medio músico
le hicieron ganar el papel de "el raro de la clase".
Ella se educó en el Liceo Francés de las Hermanas Carmelitas y recibió una rÃgida
enseñanza en la que la varilla y las agresiones justificadas sustituyeron al
amor por la enseñanza. Básicamente, fue educada para servir a su hombre y para
ser una madre ejemplar, labor que hiciera perfectamente muchos años después,
salvo por un detalle.
En el colegio, Maricarmen conoció
a Mirta Balbuena, la que fuera su entrañable amiga y su más cruel enemiga algún
tiempo después. Mirta era sumamente acaudalada; vivió en
Provence, Francia, hasta la llegada de su cumpleaños número catorce. En ese
mismo año, murieron sus padres en un accidente automovilÃstico en Montecarlo.
Ella tenÃa un odio fortuito hacia toda forma de cariño y respeto por los demás,
pero como Dios las hace y el Diablo las junta, se pegó a MariCarmen como
si fuera una espina clavada en el corazón.
Las "niñas", como las llamara Consuelo, la madre de MariCarmen, fueron muy unidas durante el colegio: Gaby, La China, Mimi Chantall y
nuestras dos amigas, se jurararon amistad por años y se prometieron que nada ni
nadie las iba a separar, ni tan siquiera un hombre...
Pero vamos un momento a ese lugar en el tiempo, al Lycee Catholique Francaise
des Carmelites, al internado, una noche frÃa y lluviosa, en la que nuestras
amigas se escaparon de la Hermana Monique, la celadora, atravesaron la plaza de
deportes y entraron en el granero, sitio donde ellas daban rienda suelta a sus
ilusiones con Luis Miguel, Eduardo Capetillo y Charlie Zaa.
-Oye, Mimi, trajiste los cigarros.
-Se
los di a Mirta, pensé que Sor Tetilia -asà le decÃan a la celadora y ya pueden adivinar por qué- me los iba a encontrar cuando me vio en el
pasillo.
-La pobre bruja estaba dormida- dijo
Mirta. -Está tan loca que los tranquilizantes la tienen dormida todo el dÃa.
-Cállate, no hables esas cosas, por
MarÃa SantÃsima.
-Bueno ya, niña bonita, dÃnos por
qué llegaste hoy con la cara tan roja después de la lección de deporte.
-Bueno es que...
De repente La China, como era tan desmedida para hablar, dijo:
-Debe ser que está enamorada de alguien: ¡DÃnos de quién! ¡Anda vamos, dÃnos...!
-Yo sé de quién es, dijo Mirta,
pero ese secreto queda entre nosotras, ¿verdad?
Como Maricarmen no entendÃa qué estaba sucediendo, asintió; aunque la duda le
quebró cualquier esperanza. Después de que habÃan terminado su reunión de
suspiros por las prohibidas fotografÃas de artistas que llevaba Chantall, Mirta
le dijo:
-¿Sabes bien lo que estás haciendo?
-No sé a qué te refieres.
-SÃ lo sabes y no te hagas la tonta.
-Disculpa pero no entiendo...
-Estás enamorada del jardinero, ¿verdad?
Todos los colores, desde el rojo hasta el morado, cruzaron por la paleta de sus
mejillas, la única manera de descubrir su secreto era levantarse temprano y
seguirla cuando iba al campo de deporte en la mañana o leer su diario.
Nunca lo quiso averiguar.
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