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SOBRE EL ORIGEN MASCULINO Y PRIVILEGIADO DE LA ESCRITURA
                                                                                    Raimy Camacho Ramírez
 

    Antiguamente, la escritura era un trabajo llevado a cabo en su inmensa mayoría por hombres: hay un extenso legado que dejaron los muchos varones notables, pero solamente se pueden mencionar unas cuantas mujeres, como la gran Safo. No fue sino hasta la llegada de la Ilustración, y su ideal de educación popular, que las mujeres comenzaron a acceder más abiertamente a la cultura del libro. Esa época de vestidos incómodos y pelucas plateadas dio lugar al nacimiento de salones literarios llenos de mujeres dedicadas a escribir poesía. Algo cursi, de acuerdo, pero poesía al fin y al cabo. Desgraciadamente, por el especial interés que mostraron las mujeres en este género, se pensó que sólo en él podían desempeñarse.

    Pero en la actualidad, y en especial después de la primera mitad del siglo XX, grandes escritoras -como Gertrude Stein, Anäis Nin, Virginia Woolf y muchas más- comprobaron que el asunto era diferente: escribir no era una cuestión de género. Entonces Â¿en qué radicaba la consideración de que la escritura era masculina? ¿Quién se atrevió a pensar que la poesía era el único género que las damas podían cultivar? Eso llevó a muchas mujeres teóricas del Género a cuestionarse si existía una manera de escribir como hombre, y otra para hacerlo como mujer.

    Debemos recordar que la oralidad tuvo en un principio más prestigio que la escritura; tanto fue así que los artistas de la palabra no escribían, más bien  memorizaban y cantaban la historia de su pueblo. Incluso en la Grecia preclásica, encontramos que el arte de escribir era visto como una forma inferior de comunicación, pues hacía que se perdiera la capacidad de memorizar y ese mágico arte de encantar por el verbo. Así, el acceso a la escritura no tenía la cuota de poder que tiene en el presente, y como prueba de ello tenemos los primeros registros escritos que tratan asuntos triviales y cotidianos. Por ejemplo, la mayoría consiste en cuentas y números relacionados con las hipotecas de tierras en Egipto y otros que versan sobre agrimensura. Esto nos permite suponer que la palabra escrita nació debido a la necesidad de establecer registros de la propiedad privada, y por ende, de fijarla.

    De esta forma, la escritura era usada casi únicamente por aquellos que carecían de la extraña capacidad de conservar en el libro de la mente, la información que la naturaleza proporcionaba. Sabemos que existían técnicas de memorización, incluso la métrica en poesía es un viejo resabio de las fórmulas mágicas que, por su repetición, eran fáciles de retener. Es posible deducir que magos, médicos, astrólogos y todo tipo de sabio jamás recurría a la escritura, pues sólo campesinos e ingenieros, que no conocían los poderes del canto y  eran personas comunes, utilizaban una forma tan rudimentaria de medir la tierra y recordar cantidades.

    Sabemos que normalmente el trabajo de la tierra estaba dedicado al hombre, pero no al místico o al sacerdote, sino más bien al campesino burdo y común. La escritura se volvió el eje de la sociedad antigua, pues hizo que los seres humanos volvieran sus ojos a aquellos que en vez de ver las estrellas y cantar las glorias de un pueblo, cultivaban la tierra y les daban de comer. Desde luego, la escritura permitió el nacimiento de la ciencia, y posteriormente, del sistema de explotación que todos estamos presenciando. Esto porque, en el momento en que la sociedad comenzó a dar valor monetario al trabajo productivo y útil, el conocimiento asociado con él (como la escritura), fue adquiriendo cada vez mayor prestigio.

    Si la escritura tiene un origen desacralizado y popular, sólo se justifica su ascenso al poder en la medida en que el trabajo del hombre -entiéndase varón- comenzó a ser remunerado y a dar forma al sistema de explotación, las leyes escritas nacieron para fijar las relaciones de poder que surgen a partir de la preciación del trabajo varonil. Obviamente las pitonisas, los sabios y los poetas ociosos aportaban al pensamiento Ãºtil para el crecimiento económico del imperio. De esta forma, todo lo que no estuviera en el ámbito de ese conocimiento práctico de manipulación de la naturaleza era considerado un arte meramente estético y  totalmente inútil. Es comprensible, entonces, por qué la mujer fue vinculada injustificadamente con todo el campo de lo sagrado, intangible y poético: porque su enseñanza era trasmitida oralmente a sus hijos, y no necesitaba de un código escrito para imponer sus enseñanzas. El espacio del hogar -como el gineceo para los griegos- era algo sagrado, donde el hombre no podía penetrar, pues cada uno manejaba fuerzas bastante diferentes.

    Cada vez más nos vamos acercando a una sociedad más equilibrada, en la cual las relaciones humanas van a caracterizarse por el intercambio de ideas y no la imposición, aunque queda mucho por hacer y no vivimos en un mundo perfecto, los que antes eran pisoteados e irrespetados sin misericordia ahora tienen al menos una voz de esperanza y un futuro mejor; las mujeres tienen la oportunidad de poder decidir un poco más sobre sus vidas y cada vez más va a aumentar el número de organizaciones dedicadas a garantizar el respeto a todos los que han sido marginados por siglos. Definitivamente estamos presenciado la llegada de un mundo diferente en el cual  vamos a superar nuestra diferencias al comprender que siempre en una parte de cada uno de nosotros vive un pequeño fragmento de todos los otros seres humanos, por eso ahora se ha comprobado que el acceso a la escritura es una cuestión fortuita y no depende del género de una persona.



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